Cada vez estoy más segura de que preocuparse no sirve para
nada. Pre-ocuparse… ocuparse de algo de manera anticipada… Sentirse intranquilo,
temeroso o angustiado por algo que aún no ha ocurrido, o que ya ha pasado… Dejar
de vivir el aquí y el ahora, que es lo único que con certeza conocemos y
tenemos, para dejar a la mente viajar a terrenos improductivos que sólo causan dolor,
y que nos impiden apreciar lo que estamos viviendo en el momento actual. Y lo
peor, es que lo único que preocuparse genera es que nuestra mente se transporte
a un lugar imaginario en el que las situaciones son amenazantes y siempre
salimos perdiendo algo. Un lugar lleno de miedo. Y… ¿para qué?
Había un dicho que nos recordaba algo así como que si algo
tiene solución, ¿por qué preocuparse?, y si no la tiene… ¿de qué vale
preocuparse? ¡Cuánta sabiduría tan bien resumida!
"Las preocupaciones las dejo para mañana, y así podré ser feliz hoy" |
A veces vivir en el momento presente se complica, y ya sea
por el temor ante lo venidero, por el apego al pasado o por la excitación ante algo que
acontecerá en el futuro, nos transportamos a ese lugar que solo existe en nuestra
mente y que nos desconecta totalmente de la realidad. Nos desconecta de todo lo
que tenemos justo delante de nosotros.
Cuando estás terminando los estudios tu mente es el blanco
perfecto de todos estos pensamientos… “¿qué voy a hacer cuando termine la carrera?”
“¿dónde voy a ir?” “¿En qué voy a trabajar?” “Tengo la sensación de que no he
aprendido nada…” “¿Y el dinero?, “Estoy deseando terminar…” “Me muero por irme
a otro lugar… por hacer algo distinto…”
Al final, todo este torbellino hace que, además de perderte
la oportunidad de degustar lo que aún tiene por ofrecerte esta etapa, te
pierdas las señales que están llegando a tu camino y que te enseñan claramente por
dónde debes ir para que todo vaya bien.
Si te abres a la vida, al momento presente, a disfrutar lo
que tienes ahora y no cerrarte en banda a un plan, a dejar que la vida y el
Universo hagan su trabajo, que las cosas lleguen como tienen que llegar,
mientras nosotros trabajamos en hacer lo mejor posible la tarea que en cada
momento nos toque hacer, la felicidad con la que vives cada instante es
auténtica e inmensa.
De repente, estás sumergido en LA VIDA, te sientes ligero
porque no cargas sobre tus hombros mil preguntas sin respuesta, ni cientos de
preocupaciones… simplemente, con alegría, gratitud y amor, haces lo que en ese
instante corresponda, de la mejor forma posible y desde el corazón. Así es como
aprendes, como te llenas, como transmites a los demás. Si vives así, reconoces
las oportunidades cuando llegan. Quitas tanto ruido de tu mente, que escuchas
como tu cuerpo reacciona ante aquello que pasa por delante, y sabes cuándo
tienes que avanzar. De repente, parece que todo sale mejor de lo que jamás
pudiste imaginar… como si fuera un milagro. Y el único milagro es que has sido
capaz de escuchar a tu cuerpo cómo se siente con lo que hace, y por
consiguiente has podido seleccionar aquello que te hace sentir bien. Y cuando dejas
fuera lo que te hace sentir mal, las preocupaciones no tiene cabida.
Es verdad que la vida a veces nos trae situaciones que nos
parecen injustas y nos causan dolor… ante esas situaciones, recordemos el
antiguo dicho… preguntémonos ¿tiene solución? ¿Hay algo que pueda hacer para
mejorar esta situación? Si la respuesta es afirmativa, ya de nada sirve
preocuparse, nada aporta. Lo único que enriquece es encontrar la forma de
crecer y de solucionar el acontecimiento. Puede llevar más o menos tiempo, pero
ya sabes que hay algo que puedes hacer para sentirte mejor ante lo que ha ocurrido.
Tienes una vía, una salida… ya no necesitas la preocupación. La única
herramienta enriquecedora y válida será la acción coherente con nuestros
sentimientos y pensamientos. Y si la respuesta es negativa… si no podemos hacer
nada al respecto ¿de qué sirve preocuparnos?, trabajemos con todos nuestros
recursos en sentirnos mejor ante lo que ha ocurrido. En aceptarlo. En no dejar
que nos mate, sino que nos haga más fuertes.
Vive cada instante concediéndole toda la atención y el valor
que se merece. Porque cada instante es único e irrepetible, y todos ellos –nos parezcan más buenos o sean más malos-
tienen una grandísima lección que enseñarnos, y en nuestras manos está vivirlos
de la mejor forma posible.